La sociedad humana es extremadamente compleja y frágil, construida sobre varias columnas. Una de estas columnas es la abeja. De cada 3 comidas que consumen los seres humanos, una es posible gracias a las abejas. Son tan importantes, que si todas las abejas murieran, miles de plantas también perecerían, lo cual ocasionaría que millones de personas murieran de hambre en pocos años.
Por si esto fuera poco, las abejas tienen un enorme impacto económico. El valor de las plantas que ayudan a polinizar cada año, es de alrededor 265 mil millones de dólares. Mucha de la comida con la cual contamos, dejaría de existir sin ellas. Habría una disminución masiva en la productividad. Comida como manzanas, cebollas, calabazas y también plantas usadas para alimentar el ganado y por lo tanto, extremadamente importantes para producir leche y carne.
Se le atribuye a Einstein la frase, "Si las abejas se extinguen, los seres humanos correrán la misma suerte en unos cuantos años". En realidad, es muy probable que Einstein nunca lo dijera, pero puede haber algo de verdad en esta afirmación.
Es inquietante, pero las abejas han comenzado a desaparecer. Millones de colmenas han muerto en los últimos años. Por todo el mundo, los apicultores han notado una pérdida anual del 30-90% de sus colonias. Tan solo en los Estados Unidos, las abejas están desapareciendo en forma contínua. De unos 5 millones de colmenas en el año 1988 a 2.5 millones en los últimos años.
Desde el año 2006 un fenómeno llamado "Problema del colapso de colonias" ha afectado a las abejas en muchos países. Y no estamos seguros de qué lo está causando. Todo lo que sabemos es que es bastante serio.
Parásitos salidos de una película de terror como el Acarapis Woodi, termitas microscópicas que infectan la tráquea de las abejas. Ahí depositan sus huevos y se alimentan de los fluidos de sus víctimas, debilitándolas considerablemente y pasan toda su vida dentro de las abejas.
O también Varroa Destructor, un nombre muy apropiado, ya que solo se reproducen en las colmenas de abejas y son uno de sus mayores enemigos. La termita hembra entra en una celda de la colmena, deposita sus huevos en la larva de la abeja antes de que se convierta en pupa y antes de que las abejas cubran la celda con una tapa de cera.
Los huevecillos se abren, las jóvenes termitas y su madre se alimentan de la abeja en desarrollo, en la seguridad que les brinda la celda cubierta. La abeja usualmente no muere en esta etapa, solo se debilita, pero aún conserva suficiente fuerza para abrirse paso, mordiendo la tapa de cera y liberarse de su celda.
Al hacerlo, libera también a la madre termita y a su descendencia, las cuales son ahora libres de propagarse por la colmena, comenzando nuevamente el proceso en un ciclo de aproximadamente 10 días. Su número aumenta en forma exponencial y al cabo de unos meses, esto puede acarrear el colapso de la colmena entera.
Una vez fuera de la celda, las termitas adultas también absorben los fluidos corporales de las abejas y las debilitan considerablemente. Para empeorar las cosas, también transmiten virus que dañan aún más a las abejas y que pueden producir defectos congénitos como alas no funcionales.
Pero también hay otras amenazas, tales como virus y hongos. En condiciones normales, estos fenómenos serían tolerables y no son suficientes para explicar la horrenda mortalidad de las abejas.
Los neonicotinoides, una familia de sustancias químicas parecidas a la nicotina, se aprobaron a principios de la década de los noventa, como una alternativa a los químicos como el DDT. Estos atacan a los insectos dañando su sistema nervioso. En la actualidad son los insecticidas más ampliamente usados en el mundo.
En el año 2008 se vendieron mil 500 millones de euros de estos insecticidas, lo que representa el 24% del mercado global de insecticidas. En el 2013, los neonicotinoides se usaron en el 95% de los cultivos de maíz y canola, así como en la gran mayoría de las frutas y verduras, como por ejemplo, manzanas, cerezas, duraznos, naranjas, moras, hortalizas, tomates, papas, cereales, arroz, nueces, uvas y muchos más.
Las abejas entran en contacto con las toxinas, mientras recolectan el polen o por medio de agua contaminada, con frecuencia trayendo material hacia la colmena, en donde se acumula y mata lentamente a la colonia entera. Estas toxinas lastiman a las abejas de maneras horribles.
En dosis elevadas, rápidamente ocasionan convulsiones, parálisis y muerte. Pero aun en dosis pequeñas pueden ser fatales. Puede causar que las abejas olviden cómo navegar por el mundo, así que las abejas vuelan lejos, se pierden y mueren de soledad, separadas de sus colmenas. Si esto sucede con suficiente frecuencia, una colmena puede dejar de ser auto-sostenible.
Sabemos que los neonicotinoides son dañinos para las abejas y que necesitamos con urgencia de una alternativa, pero al retrasar esto, se siguen ganando miles de millones de dólares. Los estudios patrocinados por la industria química parecen probar en forma mágica una toxicidad mucho menor para las abejas, en comparación con los que producen los científicos independientes.
Tales como demasiada uniformidad genética, monocultivos, nutrición deficiente debido a sobrepoblación, estrés ocasionado por actividades humanas, así como otros pesticidas. Cada uno de esos factores por sí solos son un problema mayor para las abejas, pero en su conjunto, probablemente son la causa del problema de colapso de las colonias. Con los parásitos a la alza en décadas recientes, las abejas están ahora luchando por la supervivencia.
Sería una catástrofe si perdieran esta lucha. Este es el enigma que debemos resolver si queremos seguir viviendo con una relativa abundancia y diversidad de alimentos. La humanidad está profundamente interconectada con la Tierra y con las otras formas de vida que la habitan, aún si fingimos que no es así. Tenemos que cuidar mejor el medio ambiente que nos rodea, si no es para conservar la belleza natural, al menos para asegurar nuestra propia sobrevivencia.